5 abril 15
El campamento estaba en paz. Las luciérnagas se apagaban y encendían como cosiendo la oscuridad con su voluble fosforescencia que parpadeaba aquí y allá en un empeño ingenuo de hilvanar el espacio. Arriba, las constelaciones parecían una réplica al susurrante mundo de la tierra, a su dormir con un ojo: semisueño creador de vivos universos y tangibles mitos. Sobre el azul profundo, nocturno, del cielo, se destacaban las negras copas de los árboles como turbios encajes de luto. El aire no se movía; se hallaba detenido como si fuera de agua en un estanque, como si quisiera representar vivamente al silencio, a la soledad definitiva.
Los muros de agua, José Revueltas
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