domingo, 2 de junio de 2013

La Eneida

Leído 02 junio 13
Resuenan las trompetas; Eneas el primero arremete a las agrestes turbas y, ¡presagio de la guerra!, arrolla a los latinos, después de dar muerte a Therón, gigante que sin provocación alguna fué a acometerle: Eneas de un tajo le parte el peto por una juntura y la túnica escamada de oro y le hunde la espada en el costado, de donde la retira después para herir a Licas, que sacado al nacer del vientre de su madre ya muerta te estaba consagrado, ¡oh Febo!, porque te plugo libertar al niño de morir a hierro. Poco después da muerte al robusto Ciseo y al descomunal Gías, que con sus clavas derribaban escuadrones enteros; de nada les valieron las armas de Hércules ni sus vigorosas manos ni el ser hijos de Melampo, compañero de Alcides, todo el tiempo que por la tierra se ejercitó en duros trabajos. Dispara luego un dardo y se lo clava en la boca a Faro, que la abría para lanzar inútiles gritos. Tú también, ¡oh infeliz Cidón!, mientras vas siguiendo a Clicio, tus nuevas delicias, a Clicio, cuyas mejillas dora el bozo primero, hubieras sucumbido bajo la diestra del héroe troyano, olvidado para siempre de tu insensata afición a los mancebos, si no se hubieran apiñado delante de ti, para cubrirte, los siete hijos de Forco, disparando a la vez sus siete dardos, de los cuales unos rebotan sin causar daño estrago en el yelmo y en el escudo de Eneas y otros no hacen más que rozar su cuerpo, desviados por la alma Venus. Entonces Eneas dice a su fiel Acates: "Apróntame aquellos dardos que en los campos de Troya quedaron clavados en los cuerpos de los griegos; ni uno solo de ellos lanzará en vano mi diestra contra los rútulos" Y en esto ase y dispara un gran venablo, que va volando a traspasar el férreo escudo de Meón, rompiéndole juntamente la coraza y el pecho. Corre a él su hermano Alcanor y con la diestra le sostiene en su caída; sigue el venablo todo ensangrentado su impetuosa carrera y va a traspasar a Alcanor el brazo que, suspendido sólo de los nervios, le cuelga inerte del hombro.
Virgilio, La Eneida, Libro X

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