leído 14 junio 14
Durante tres días me quedé meditando en mi habitación, utilizando muchas de las técnicas que describiré más adelante. Gradualmente, comencé a darme cuenta de cuán débiles y transitorios eran en realidad los pensamientos y las emociones que me habían atribulado por años, y cómo el dejarme obsesionar por problemas pequeños, los había convertido en problemas mayores. Sólo con sentarme tranquilamente y observar cuán rápido y en muchos sentidos ilógicamente mis pensamientos y emociones iban y venían, me comencé a dar cuenta, de manera directa, de que no eran ni tan sólidos ni tan reales como parecían. Y una vez que comencé a dejar de creer en el cuento que parecían contar, empecé a ver al “autor” que hay más allá de estos pensamientos y emociones: la consciencia infinitamente vasta e infinitamente abierta que constituye la naturaleza de la mente.
La alegría de la vida, Yongey Minyur Rinpoche
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