Leído 3 abril 13
El momento de pérdida de libertad y la negación de la continuidad de existencia con un sentido en-sí-misma, caracterizan la situación más esencial de la opresión en que el trabajo del oprimido hace el "mundo humano" que lo deshumaniza, teniendo, por lo tanto, sentidos apenas para el señor que lo explota y usa sus resultados.
El propio trabajo aliena, al mismo tiempo, también al señor para quien existe el oprimido. Y ¿por qué lo aliena? Por el hecho de que la relación humana de estar en el mundo y estar con el mundo, y el modo humano de practicar como realidad, esa relación, es hecho a través del trabajo, en que la propia persona que transforma el mundo se descubre como persona, al realizar como agente, un proceso de transformación. El modo humano de percibir el mundo es como problema, y el modo humano de ejercer su mundo es resolver el problema de una doble y permanente transformación: de él, hombre, y del mundo. Al transformarlo, el hombre se afirma como sujeto de relaciones esenciales al hombre, y como conciencia-de-sí. Por lo tanto, justamente el oprimido, aquel que transforma su mundo con la ayuda de sus manos, reconquista y reconoce en esa práctica la conciencia de su individualidad (conciencia-de-sí). El opresor, por alienarse del trabajo con que aliena el oprimido (por no ser acción-para-sí) pierde el fundamento de su dimensión humana que, tal como lo vimos, no está en "estar en el mundo" (no es una esencia o una naturaleza dada al hombre), sino en comprenderlo y transformarlo, y comprenderlo a través de su transformación es una construcción del hombre sobre sí mismo, a través de su trabajo.
Educación popular y proceso de concientización, Julio Barreiro.
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