Leído 12 marzo 13
Poco después apareció otro. Ocho días antes yo había cagado y meado en un bacín cuidadosamente conservado, condición necesaria para que los excrementos estuvieran en el punto que deseaba nuestro libertino. Era un hombre de unos treinta y cinco años del que sospeche que estaba metido en las finanzas. Al entrar me pregunta dónde está el bacín; se lo presento, el lo respira:
–¿ Es bien seguro que hace ocho días que está hecho?– me pregunta.
–Puedo responderle de ello, señor –le dije–; ya ve que está ya casi mohoso.
–¡Oh! Es lo que necesito –me dice–; nunca tendrá demasiado moho para mí. Enséñame, por favor, el hermoso culo que ha cagado esto.
Se lo presento.
–Vamos –dice–, colócalo bien enfrente, de manera que lo tenga como perspectiva mientras devoro su obra.
Los 120 días de Sodoma (décimo tercer día), Marqués de Sade
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