sábado, 7 de marzo de 2015

La alegría de la vida


25 julio 14

Observe a un niño que se divierte con un videojuego, obsesionado con presionar botones para matar enemigos y ganar puntos, y verá cuán adictivo puede ser este tipo de distracción. Luego dé un paso hacia atrás y mire cómo los otros “juegos” financieros, románticos y de otro tipo que usted ha estado jugando como adulto son igualmente adictivos. La principal diferencia entre el adulto y el niño está en que el adulto tiene la experiencia y el conocimiento para apartarse del juego. El adulto puede mirar su mente con más objetividad y, al hacerlo, desarrollar un sentimiento de compasión por otras personas que no han logrado tomar esa decisión.
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Puede seguir en el sueño de la ignorancia o recordar que siempre está despierto y que siempre lo ha estado. En cualquier caso, seguirá expresando la naturaleza ilimitada de su verdadero ser. La ignorancia, la vulnerabilidad, el temor, la ira y el deseo son expresiones de la infinita capacidad de su naturaleza búdica. Escoger lo uno o lo otro no es intrínsecamente bueno o malo. El fruto de la práctica budista es simplemente reconocer que estas y otras aflicciones mentales no son ni más ni menos que elecciones que tenemos a nuestra disposición gracias a que nuestra verdadera naturaleza tiene posibilidades infinitas.
Escogemos la ignorancia porque podemos hacerlo. Escogemos ser conscientes porque podemos hacerlo. El samsara y el nirvana son sencillamente diferentes puntos de vista basados en las elecciones que hacemos sobre cómo examinar y entender nuestra experiencia. Ni el nirvana tiene nada de mágico, ni el samsara tiene nada de malo o de equivocado. Si usted decide pensar que tiene limitaciones y que es temeroso, vulnerable o que las experiencias pasadas le han dejado cicatrices, tenga en cuenta que ha escogido hacerlo, y que la oportunidad de sentirse diferente siempre está a su disposición.

Yongey Mingyur Rinpoche, La alegría de la vida, capítulo 18

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