sábado, 7 de marzo de 2015

Niebla

Leído 19 marzo 14

Orfeo, en efecto, encontróse huérfano. Cuando saltó en la cama olió a su amo muerto, olió la muerte de su amo, envolvió a su espíritu perruno una densa nube negra. Tenía experiencia de otras muertes, había olido y visto perros y gatos muertos, había matado algún ratón, había olido muertes de hombres, pero a su año le creía inmortal. Porque su año era para él como un dios. Y al sentirle ahora muerto sintió que se desmoronaban en su espíritu los fundamentos todos de su fe en la vida y en el mundo, y una inmensa desolación llenó su pecho.

Niebla, Miguel de Unamuno

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